sábado, octubre 31, 2009

Alteridad

En el barrio lo conocían como “Cuca”, hijo de “la Chiquita” y hermano de “la Batuca”. Vivían ellos tres solos en una pequeña casa al final de un largo pasillo, que según cuentan las malas lenguas, estaba invadida por ratas y cucarachas. Pero a ellos no les importaba, jamás habían conocido el lujo, ni siquiera por la tv (ya que no tenían). Dos perros ovejeros manto-negros, de los que usa la policía, eran sus mascotas.
Tampoco tenían teléfono (tal vez alguien en Entel había extraviado su pedido de línea y con la privatización, la vida de esta familia, y la de tantas otras, pasó a no importarle a nadie), es por eso que cada tanto venían a mi casa a llamar a el ex marido de la Chiquita, que tenía una nueva familia.
En las tardes de verano, los chicos de la cuadra nos juntábamos bajo los pocos arboles que quedaban, y nos poníamos a contar historias sobre ellos. Historias que jurábamos ciertas, pero que un oído maduro jamás podría considerar como tal.
Los grandes también se contaban historias sobre ellos, pero como estaban más versados en el arte de la mentira, la mayoría pasaban por hechos reales.
Los chicos fuimos creciendo y ya no pasábamos tanto tiempo en la calle. Y los grandes tampoco. La inseguridad nos confinaba a nuestros hogares. De a poco todos nos fuimos olvidando de nuestros singulares vecinos.
Pero para ellos el tiempo no pasaba. El menemismo y la venta del país al más conveniente postor, el caso María Soledad y el caso Cabezas, el atentado en la AMIA y el cambio de milenio parecían no afectarlos. Se encontraban por fuera de este tiempo marcado por relojes. Envejecían, sí, pero solo físicamente.
En el dos mil uno estábamos todos muy preocupados por nuestros ahorros, cuando nos enteramos de que la Chiquita había muerto. ¿La causa?, nadie sabe. Simplemente por acumulación de años en su espalda encorvada. El Cuca y la Batuca quedaron a la deriva. Solos en este mundo hostil para gente como ellos.
Al poco tiempo supimos que la Batuca había conseguido trabajo en la fábrica de jugos Cepita. La vimos cada vez menos, tal vez hacía horas extras. Pero el Cuca pasaba casi todo el tiempo en la calle. El quiosquero era la principal victima de sus limosneos: tres cigarrillos por día. Su caminar era cada vez mas pesado, como si le costara levantar los pies del piso, y una vez que lo lograba, los hacía caer con tal fuerza que chocaban contra las baldosas haciendo demasiado eco.
Llevaba su boca siempre abierta, con la lengua hinchada y casi colgando (mi papá suponía que estaban probando nuevos medicamentos en él). Y con el transcurso del tiempo, las palabras que de ella fluían al exterior, resultaban cada vez más confusas.
Sus ojos se fijaban solamente en el cielo, como si con ellos pudiera penetrar las nubes y la atmosfera. Como si hubiese descubierto alguna verdad allí que no le permitía salir de su asombro, ni dejar de contemplarla. Tal vez estábamos todos demasiados ocupados en los problemas mundanos, que al fin de cuentas resultan triviales.
En los años que siguieron, se sucedieron alternadas internaciones del Cuca y la Batuca en diferentes nosocomios. Pero siempre salían y volvían al barrio en peor estado. Mas desentendidos de la realidad y con mas marcas en sus pieles.
Ya casi ni salían de su casa. El mecánico de la cuadra se encargo de llevarles provisiones y de administrar sus cuentas. Solo a través de él es que sabíamos como vivían. También nos enteramos de que su padre había muerto: habían quedado huérfanos.
Luis, el mecánico, le contó a mi mamá que el Cuca salía todas las noches, alrededor de las tres de la mañana, se paraba en la mitad de la calle, y extendía sus brazos al cielo, agitándolos con frenéticos movimientos. Después de un par de noches de hacerlo entrar, decidió cambiarles la cerradura de la casa, para poder controlar que no salieran. Pero esto no constituía un impedimento para el Cuca, ya que debido a los medicamentos que recibía, acumulaba tal fuerza en su cuerpo que podía romper casi cualquier cosa con sus manos. Siete cerraduras cedieron entre sus dedos.
Yo, que desde chica sufro insomnio, sabía que a las tres de la mañana, mientras todos duermen, pasan cosas raras y la percepción parece agudizarse. Por eso cuando mi madre me contó lo que hacía el Cuca a esa hora, supe que tenía que verlo.
Elegí un miércoles para quedarme al lado de mi ventana esperando su actuación. Exactamente a las dos y cincuenta y nueve minutos lo vi salir de su casa. Llevaba un pijama y se encontraba descalzo, como si hubiese salido corriendo de su cama, sin importarle los tres grados bajo cero que hacían, según TN Noticias.
Parecía estar en trance. Se movía lentamente y sus ojos miraban como siempre al cielo, pero esta vez parecía buscar allí algo en particular.
Cuando llegó a la exacta mitad de la calle, levantó bruscamente sus brazos hacía ese cielo repleto de estrellas y vacío de nubes. Su cuerpo se encontraba completamente recto, sus piernas pegadas una a la otra, sus manos completamente estiradas, con las puntas de los dedos apuntando hacía arriba, y su cabeza mirando al negro firmamento que se extendía sobre él.
Se quedó así, inmóvil, por unos minutos, hasta que con sus dedos comenzó a trazar círculos imaginarios, cada vez mas amplios. Sus brazos empezaron a moverse para poder extender el radio de las circunferencias. Sus piernas temblaban y sus ojos se sacudían en todas las direcciones. Todos sus músculos parecían moverse, guiados por una música imperceptible para mis oídos.
Diez minutos duró esta danza. Sus brazos descendieron precipitadamente, sus piernas y su espalda se aflojaron y cayó al piso con los ojos cerrados.
Esperé unos instantes para ver si se levantaba: no pasó nada. Se quedo allí.
Llamé a mis padres, que a la vez llamaron a los vecinos de al lado, que a la vez llamaron a otros vecinos y todos salimos de nuestras casas a ver que le pasaba al Cuca y por que no se levantaba del frío asfalto.
Según un vecino médico, había muerto. Jamás se supo de que. Su corazón funcionaba bien y no tenía ninguna enfermedad. Pero yo había sido testigo de su ida de este mundo y podría jurar que él no murió, solamente no está mas entre nosotros y entre nuestros frívolos problemas.