sábado, junio 27, 2009

Ficción: la antesala de la iluminación

(Ensayo final de la materia Taller de Expresión I de la carrera Ciencias de la Comunicación, U.B.A)

En el ardid de la creación, nuestra imaginación se encauza hacia diferentes rumbos, siendo pocas las veces en que podemos determinarlos. ¿Qué es entonces, si no somos nosotros mismos en un acto plenamente consciente, lo que determina el vuelo de nuestra mente a la hora de crear ficción?. Entre un sinfín de temas para escribir, ¿qué es lo que nos mueve a elegir uno?.
Nos entrenamos en el arte de crear ficción desde que somos infantes, pero conjuntamente aumentamos nuestro acervo de relatos, tramas de películas, historias que nos cuentan los mayores. Vivimos rodeados de ficción, ya sea cuando miramos la televisión, cuando escuchamos letras de canciones, o simplemente cuando nos describimos a nosotros. Si, estamos constituidos por ficciones, pequeñas, pero ficciones al fin. Como dice Bruner: “creamos nuestros relatos que definen el yo para hacer frente a situaciones en las que seguiremos viviendo”, es decir que nuestra vida esta ordenada por relatos sobre uno mismo, sobre nuestra familia y sobre nuestra comunidad, que van otorgando cohesión y sentido a nuestra identidad. Muchas veces al pasar el tiempo, nos damos cuenta de que parte de esos relatos contenían elementos ficcionales. Por ejemplo, uno en el colegio es enseñado que San Martin en un acto cargado de valentía, cruzó los Andes en un caballo blanco, y al pasar los años nos vamos enterando de que la realidad no fue tan así: cruzó los Andes, si, pero en lugar de caballo blanco hubo en la primera mitad un burro y en la segunda una camilla. Y esto sucede en todas las esferas de la vida. La ficción se mete por todas las hendiduras de la existencia, hasta en la misma cotidianeidad. Cuando contamos chismes muchos de ellos son totalmente o en parte inventados, o cuando decimos mentiras o excusas, la ficción esta siempre presente, dando vueltas por todos lados, haciendo ruido, como un mosquito en la oscuridad zumbando en nuestros oídos.
Como dice el autor de El Concepto de Ficción, la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción.
Según Bajtin el discurso de una persona se erige en base a un dialogo con otros discursos, es decir, que todas esas tramas y relatos que hemos leído, visto o escuchado en nuestras vidas (junto con las relaciones intersubjetivas que mantenemos, claro), ejercen una influencia en la conformación de nuestra identidad. Se podría pensar entonces que la ficción es un bloque (o varios) de nuestra persona, y que nuestro hacer, decir y escribir están íntegramente relacionados con nuestro “acervo ficcional”.
Tal vez ese acervo, además, nos oriente la mirada, de la que habla Gloria Pampillo, hacia determinados lugares situaciones y personajes. Funcionaria como una guía.
Cortázar escribe que los temas de la mayoría de sus cuentos no fueron elegidos por un acto consciente, sino que le fueron como impuestos por una fuerza ajena, convirtiéndose él en un médium. El caso de este escritor podría ser el extremo de lo que trato de exponer aquí, ya que él ni siquiera determina su mirada hacia algún lugar, sino que el tema del cuento viene por sí mismo. Pero es sabido que otros escritores, como Borges, buscan las raíces de sus cuentos en historias verídicas (en Turdera en este caso), eligiendo de toda la realidad que los circunda un tema particular, aquello que atrapó su atención. Que resonó, como particular diapasón, con notas inscriptas en el pentagrama de su historia. Un ejemplo de esto podría ser cuando un hombre llamado Cabrera le pide a Pampillo que escriba sobre un tren cuyos vagones representan cada uno a un pecado capital, resultándole a la escritora un historia que no le despertaba el entusiasmo necesario para escribirlo, pero si le parecía interesante escribir sobre la relación de Cabrera con su silla a la cual acariciaba de una manera particular (casi erótica).
Esta autora dice también que los temas resultan significativos para una persona porque han vuelto una y otra vez a la memoria. Con respecto a esto, Bajtin expone que los discursos son enunciados de manera abierta al tiempo, esperando una respuesta en el futuro, una resurrección. ¿Se podría afirmar entonces que esos discursos que hemos recibido quedan boyando por nuestro inconsciente hasta que son retomados y en este caso escritos (ya sea en forma de cuento o novela) con ciertos elementos ficcionales?. Si es así, podríamos inferir que la ficción sirve para ordenar nuestro inconsciente y para conocerlo. Entonces las “fuerzas ajenas” que mueven a Cortázar a escribir un cuento son su propio inconsciente que retuvo ciertos hechos y necesitó escribirlos para iluminarlos con las luces de la vigilia, con todo lo que la conciencia trae aparejado.
Sería interesante preguntarnos acerca de aquellos autores que dicen que comienzan a escribir sin un rumbo fijo, o que los protagonistas de sus cuentos terminan haciendo cosas que ellos no pretendían que hicieran, ¿que sería lo que en este caso lleva a la escritura a cierto camino?, ¿podríamos relacionar esto con la técnica psicoanalítica de asociación libre?. Jack Kerouac escribía mediante dicha técnica, a la que él llamaba “prosa espontanea”, pero en este autor la escritura “inconsciente” era intencionada.
La ficción nos ayudaría entonces a conocernos y a conocer el mundo que nos rodea y en el cual estamos sumergidos. Sería la antesala de la iluminación. Encierra en sí un extraordinario poder, que como tal puede ser usado para cambiar el mundo (y uno mismo) o para perpetuarlo.