lunes, mayo 04, 2009

oh! darling

Se lo había propuesto, y si bien casi nunca cumplía con las metas que se imponía, esta la tenía que cumplir. No se trataba solamente de ella. Podríamos decir que era una cuestión de género. Se había cansado de tener que leer quejas de chicas que escribían a las revistas sobre el mismo tópico una y otra vez, y de tener que escuchar a sus amigas contar casi las mismas historias. Ella también lo había vivido, claro, porque aunque no era como la mayoría de las mujeres, en estos asuntos no se salvaba de tener que sufrir las penurias por las que pasaban las demás. Muchas se consolaban diciendo “el amor duele”, pero ella no veía porque tenía que ser así.
Lola sabía como comportarse para agradar (y mas que eso) a los hombres, sabía moverse y sonreír, era conocedora de los gustos del sexo opuesto y tenía el poder de saber los intereses de un muchacho con tan solo mirarlo. Sus respuestas siempre eran ingeniosas, sus besos siempre húmedos y su pelo olía a goma de mascar de tutifruti.
Unos pocos meses atrás había terminado su relación con el único hombre al que dejó realmente entrar a su vida, y como todas las historias de sus amigas y conocidas, terminó por culpa de las necesidades de él de flirtear. Lola se había entregado totalmente, le había contado sus secretos más ocultos, le mostró las partes más oscuras de su alma (su esencia). Y aunque en sus planes jamás había entrado la idea de casarse y tener hijos, por él lo hubiera hecho.
Ya tenía decidido quien sería su primera victima. Lola conocía la debilidad de Juan Pedro hacia ella y también conocía a muchas chicas a quienes él había lastimado. Se juró no dejarse influenciar por la pena y esos sentimientos demasiados humanos que nos doblegan a la hora de impartir justicia (pero una justicia verdadera, no la que se decide con jueces y abogados mediante).
Se las arregló para encontrárselo casi a diario, haciéndole creer que el destino los estaba intentando unir. No había pasado más de una semana cuando él la invito a cenar. La pasó a buscar por su casa y fueron al restaurant preferido de ella (mera casualidad). La cena estuvo bien, pero a Lola la aburría. Era contador, trabajaba de lunes a viernes en una oficina en plena city porteña y los fines de semana iba a su casa en un country en Pilar. Todo demasiado previsible, demasiado estándar, demasiado gris. Solo hablaba de los clientes y del campeonato de futbol inter-country. Nada de cine, ni de música, ni de filosofía. Lola no entendía como tantas mujeres lo habían deseado.
La llevó de regreso a su casa y al despedirse ella lo besó. Suspiró como si estuviera enamorada y lo miró intensamente. Sabía que había caído, que la estaba mirando entrar, pero no se dio vuelta a comprobar.
Al día siguiente la llamó y le comentó lo bien que había pasado la velada anterior y que le gustaría repetirla pero ahora en casa de él. Lola accedió a la invitación.
Su departamento en la ciudad estaba decorado como lo estaban todos los de los solteros que ella había visitado. Podía recorrerlo con los ojos cerrados sabiendo donde esquivar una mesita o un sillón. Podía saber que había en la heladera sin abrirla.
Comieron pastas y mantuvieron la misma y aburrida charla que el día anterior. Lola fingía. Tuvieron sexo. Lola continuaba fingiendo. No se quedó a dormir. Nunca lo hacía.
Continuaron viéndose durante unas semanas. Cada salida parecía salida de una matriz. Eran todas idénticas. Incluso el sexo.
Una tarde mientras Lola estaba en el trabajo, recibió un mensaje de él que decía: “tengo que decirte algo importante. No puedo esperar”. Sabía que le diría eso. Había llegado el día en que todas esas insulsas salidas cobrarían significado. La citó cerca de su oficina.
Cuando entró al café lo vio que estaba hablando solo, las manos le temblaban y su cara lucía un tono más pálido que el de costumbre. La armadura de Lola se desvaneció, pese a sus intentos de mantenerla intacta, de hierro. Recordó todas las veces en que ella fue la victima. La poca misericordia con que sus sentimientos habían sido tirados por el fango y la frase que se repetía una y otra vez “vos sos una chica para estar de novio y yo ahora quiero joder”. ¡Cómo si ella no quisiera lo mismo!. Todas las veces que la redujeron a un alma sencilla, a un espíritu chato y previsible. ¿Sería capaz de hacerle lo mismo a este pobre pelmazo?. Después de todo eso era lo que era, y no fingía como los demás que la habían conquistado. No podía estar con él, pero tampoco podía lastimarlo. El ya era su propia victima.